domingo, 9 de septiembre de 2007

En plazas, deportes sólo entre chicos

Para muchos, un día sábado en la tarde de plazas de El Golf suena a tranquilidad, descanso y paseo familiar, pero para otros es diversión, deporte y también eventos de gran magnitud para ese exclusivo barrio del sector oriente.

El tráfico en El Golf a las 17.33 hrs. era inmenso. Un poco más allá estaba la explicación, un matrimonio en la iglesia Metodista Pentecostal. Éste involucraba a cada peatón que transitaba o cada auto que se movilizaba por la calle El Golf con dirección a Presidente Riesco. A pesar de la prohibición de los estacionamientos dentro del sector, los conductores invitados al matrimonio ocupaban gran parte de la calle Isidora Goyenechea y Enrique Foster, además de todos los alrededores de la iglesia por la plaza Loreto. Era un día para festejar, el aire estaba limpio, cálido y por primera vez en la semana había una temperatura ambiental sobre los 13 grados. Un viento agradable era el que movía las faldas y el pelo de las mujeres que esperaban a la novia. Por otra parte, en la misma Plaza Loreto estaban familias completas aprovechando el calor para pasar la tarde con sus hijos disfrutando de los juegos y entretenerse viendo el matrimonio que tiene locos a los conductores transitantes durante esa hora.
Isidoro Goyenechea fue un desfile de mujeres y hombres vestidos formales yendo al matrimonio. Toda clase de vestidos que llegaban a sorprender a algunos turistas extranjeros que aprovecharon el día para apreciar las calles iluminadas por grandes faroles verdes, con amplias veredas agradables y tranquilas de esa zona, además de tiendas exclusivas como “Sarika Rodrik” y restaurantes de alta categoría.
Ya en la sede de la UNICEF y llegando a plaza Perú, no había autos que fueran del connotado matrimonio que hizo a todos partícipes en cierta manera de él. Por lo contrario a la Plaza Loreto, donde el ambiente familiar era mas tranquilo, relajado y con una edad promedio de no más de siete años, la plaza Perú se vivía el ruido, el espectáculo y el fervor de doce ciclistas haciendo piruetas por las grandes escaleras que hay en esa plaza y también estaba el “lado b” allí mismo. Niñas y niños jugando con sus madres en esa iluminada plaza a saltar la gigante y verde cuerda que sostenían los mayores, donde jugaban entre dos a tres niños al mismo tiempo saltando. Ahora, algunos padres tenían la idea de ir a leer en esos asientos en todos los costados de la plaza, donde cada uno tiene una luz apropiada para hacer cualquier cosa ahí, pero los distraía algo, los ciclistas. Tan sólo existía una simple brecha que dividía el campo entre ciclistas y niños, y ese era uno de los tantos clásicos juegos con toboganes amarillos que había en ese centro de entretención.
El ruido que hacían cuando el fierro de las pequeñas y especiales bicicletas para ese tipo de deporte tocaba la escalera misma, era molesto, pero también atractivo para los que nunca habían visto este tipo de espectáculos y ya una imagen conocida para los que van regularmente los fines de semana a la plaza. Jóvenes entre 18 y 21 años eran los que estaban arriba de sus bicicletas para ver a quien le salía cada truco, si alguno le salía tras largos intentos de tropiezos y caídas, como es el caso de “Jorgito” –así lo llamaban sus amigos- ellos aplaudían y le celebraban su logro, que cuando salió de la bicicleta les dijo a sus amigos: “me llegué a marear”.
Cada personaje se destacaba por algún tipo de salto, los más elevados estaban en el sector sur de la plaza tomando un leve descanso y los esforzados se encontraban en el sector norte, donde no paraban hasta que les resultara la pirueta deseada. Solos o todos juntos, eso no importaba a la hora de intentar un salto, aunque si uno necesitaba hacerlo solo, lo respetaban y lo esperaban. Además de tener sus propios incentivos, para muchos -casi todos- era la música en un MP3 y para uno en especial era su novia que lo iba a ver y apoyar en lo que le apasionaba. Este personaje hacía una pirueta e iba a verla a ella, hacía otra y volvía, la chica estaba sentada en una de las bancas iluminadas, específicamente en la otra esquina donde el señor leía su libro.
Para esta pasión que sienten por este tipo de deportes, se reúnen en esa misma plaza “todos los sábados que podemos”, dicen los chicos; para ensayar y practicar desde las 17.00hrs. hasta casi las once de la noche. Para unos cuantos es costoso ir para allá, porque no viven cerca de allí, pero encuentran que vale la pena ensayar lo que hacen de manera libre y sin disturbios por parte de la gente de la plaza. “Es nuestro punto de encuentro con este deporte”, dice Jorge.
Ya cuando son las 19.00 hrs. Ambas plazas están prácticamente vacías. En la plaza Loreto no queda nadie más que las personas invitada al gran evento matrimonial que salen de la iglesia a tomar el aire y el sonido de la gran iluminada pileta que está en frente de la iglesia, en el medio de la plaza. Ya no hay congestión vehicular, ruido de bocinas, la luz del sol que iluminaba la plaza, ni pequeños jugando skate con sus padres. En la plaza Perú sucede lo mismo, los ciclistas tienen la plaza prácticamente para ellos solos, los niños ya se fueron a sus casa y sólo quedan algunos transeúntes que merodean por esos lugares, pero no para quedarse, sino que sólo para pasear. Ahí, siguen ensayando sus trucos y piruetas con más libertas aún y con más espacio para tomar la velocidad indicada para que resulten sus grandes volteretas al aire con sus bicicletas.

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