domingo, 23 de septiembre de 2007

El Golf:
Los habitantes nocturnos del Barrio

No sólo están los guardias de edificios, dueños de botillería, seguridad Paz ciudadana o Carabineros rondando por este lugar hasta altas horas de la noche, sino que también están los más odiados o los más discriminados de la zona por no estar dentro de la categoría “normal” para ellos. Estos son los denominados transvestis, transformistas y prostitutas.

–María José Sánchez–
12.57 A.M. El frío y la oscuridad de la calle entumían los cuerpos de las damas que se encontraban en Av. Apoquindo esquina San Crescente. Ya llevaban casi dos horas de trabajo, un trabajo que por estas fechas cada vez está más flojo, cuentan aquellas damas. El cigarro temperaba un poco los escotes pronunciados de ellas o más bien dicho ellos. Porque no todos son transvestis, sino que la mayoría que están trabajando hoy en día en este barrio son transformistas –de día son hombres y de noche mujeres –, por lo que prefieren que se les llame por ellos. Algunos están recién empezando en esta “profesión” tan antigua como lo es la prostitución y otros ya llevan años trabajando en esto.
Existen rivalidades entre las mismas colegas, hay muchos celos y mucha envidia dentro del medio. No aceptan y no toleran que una gane más que la otra, sobretodo las antiguas, a pesar de que en el Barrio El Golf el tema de la prostitución es mucho más segura que en sector Holanda o en Patronato, porque ahí “están las verdaderas cabronas”.
A las más antiguas se les debe respeto y hasta se debe pagar por estar en cada esquina, dependiendo si has “pinchado”, lo que significa atraer clientes, o no. Y si es que no le das alguna contribución pueden llamar a las de la calle Holanda para que te vayan a “visitar” lo que puede causar dentro de esta “visita” hasta la pérdida de un ojo, como le pasó a una de la recién llegadas.
Andrea, o más bien conocido como Felipe, tiene 22 años, se dio cuenta que era gay desde que tenía 13, y es la segunda vez que se prostituye como mujer, “necesitaba la plata para poder pagar mi departamento, pero no me gusta, yo soy un hombre que le gustan los hombres y me gusta ser hombre” relataba sin temor alguno y sin vergüenza de lo que estaba haciendo. “Llegué por ella”, dice Felipe señalando a la amiga de al lado, Pía. Ésta última lleva trabajando hace dos meses en esa esquina y se viene todos los días después de su trabajo matutino como vendedor de una Multitienda a trabajar como transformista, pero vendiendo esta vez su propio cuerpo para mantener su hogar. Pía o Marcelo para su pololo, tiene 19 años y realiza este oficio a escondidas de su familia y de su pareja. Nadie lo sabe y nadie puede saber que se transforma en mujer por ambición “porque esto se vuelve una ambición, en dos días gano lo que me pagan en un mes en la Multitienda”, dice ella al referirse del porqué se encuentra en esta situación.
Al lado de ellas están las antiguas, las “colas pesadas” como le denominan las colegas. “Una es travesti, pero las otras son transformistas” dicen, y señalan a la que está más cerca de ellas y bajando la voz para comentar que la que está al lado derecho de Pía tiene 14 años y hace tres que se dedica a esto.
Es el segundo cigarro que Andrea prende y les ofrece a las demás. La “Cote” (14) le acepta uno y se acerca para entregárselo, lo enciende, ella mira con desprecio y se aleja, cruza la calle y se va. Ya sólo quedan cuatro trabajando y recién está empezando la noche, se van a las seis de la mañana.
“A lo que más tememos es a los nazis, porque la otra vez casi mataron a una de las chiquillas por acá” dice Pía. El miedo que tienen estos hombres/mujeres no es a la discriminación, ni a los carabineros, de eso ya están acostumbrados, pero a lo que sí, es al nivel de odio que pueda llegar la sociedad para eliminarlos.
En el barrio El Golf, el alcalde Francisco De la Maza intentó por vías judiciales hace un año atrás, de eliminar este paseo de personas con actitudes inadecuadas para los habitantes de la zona, pero no logró conseguirlo. Después de ello, estos personajes han debido trasladarse de su habitual lugar de trabajo al interior del barrio y menos expuestas que de donde están ahora, por la gran cantidad de partes que Carabineros les multa por detener un vehículo en la calle y porque los reclamos que reciben son demasiados. Pero su interés según ellos no es causarles problemas a los vecinos, sino que sólo quieren trabajar.
Muchas de ellas no lo hacen por gusto, sino que por el dinero que se gana al realizar este oficio. Pero cada vez esto se está volviendo más complicado, les va bien, pero no como antes, ya que anteriormente el dinero y la frecuencia que tenían era mucho mayor. Ahora hay días que ni siquiera ganan dinero, de hecho, “salimos perdiendo” dice Pía, porque el dinero para el pasaje lo tienen que sacar de lo que habían guardado antes de llegar.
Para Pía o Marcelo, esta fue una noche de suerte, llegó un cliente frecuente que siempre la elige a ella, otras se le acercan al auto a ofrecerles su servicio, pero no, él quiere a Pía. Se sube al auto y parte. “Casi siempre se van unas cuadras más allá que son bastante oscuras para realizar el trabajo o también a los moteles” dice Felipe que hasta ese minuto se quedó sin ninguna ganancia.
Ya a la 1.45 A.M. llegó una de las “colas” más antiguas del barrio. Le dicen “la Ecuatoriana”, ella es una verdadera travesti, 100% operada y lleva cuatro años trabajando en este barrio. Se acerca con desprecio a Felipe, le advierte que ella es tesorera de la asociación de travestis del barrio y empieza a escandalizarse porque no puede estar dando entrevistas, por los problemas que han tenido a causa de los periodistas y además que interrumpen sus horas de trabajo y espantan a los clientes. La Ecuatoriana logró calmarse y contó de manera muy corta, la vida que ha llevado ella desde que llegó a Chile. “Antes trabajaba en España por 10 años y luego hace 4 me vine a acá”. Para ella últimamente ha sido muy difícil mantenerse estable dentro del medio, ya que cada vez hay más competencia, prostitutas al otro lado de la esquina y ellas que son ya alrededor de 10 en la otra. Además se refirió a su relación con el Alcalde de Las Condes, denominándolo peyorativamente y descalificándolo por sus falsas actuaciones con ellas, ya que las perjudicó y por eso mismo tuvieron que trasladarse de lugar.
Ahora cada vez son menos las mujeres que trabajan en esta zona, las demás tuvieron que verse en la obligación de irse de allí y frecuentarse en las calles de Apoquindo llegando casi a la comuna de Providencia.
Por ahora para ellas, sólo les queda seguir intentándolo hasta que sean las seis de la madrugada, y así lograr conseguir el dinero suficiente para irse a sus casas satisfechas y algunas volviendo a su vida habitual como hombres ocultando la realidad.








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